miércoles, 11 de mayo de 2011

tre metri sopra il cielo

De algo estoy seguro. No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla en ese modo, no sabrá advertir hasta el menos de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara. Es como si a él le hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. Ningún hombre podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. Él, real, cruel, inútil, material. Se lo representa así, incapaz de amarla, deseando solo su cuerpo, incapaz de verla verdaderamente, de entenderla, de respetarla. Él no se divertirá con sus tiernos caprichos. Él no amará incluso su mano pequeña, sus uñas comidas, sus pies ligeramente regordetes, aquel diminuto lunar escondido, aunque no tanto, a fin de cuentas. Puede que lo vea, sí, que terrible sufrimiento, pero nunca será capaz de amarlo. No de aquel modo.

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